
La historia de esta academia empieza con un viaje a Ámsterdam.
Si bien es cierto que, desde que comencé a ser entrenador de boxeo, la idea de tener mi propio negocio siempre me resultó atractiva, hasta el verano de 2022 no había tenido nunca la iniciativa, por así decirlo, de comenzar algo por mi cuenta.
En aquella época, trabajaba en dos empresas distintas pero el dinero que ganaba difícilmente me permitía hacerme un viaje más allá de un camping en Aranjuez o un par de noches en Valencia, por lo que, apoyado por mi hermana, que me prestó el dinero necesario para reservar los billetes de avión y el hostel en el que me alojaría, decidí permitirme cinco días en Países Bajos.
No obstante, ese dinero que en un principio me permitiría cruzar unos cuantos países hasta Ámsterdam y conocer Europa por primera vez, en algún momento, obviamente, tendría que devolverlo; y aprovechando que en ese momento tenía nociones básicas de marketing digital y un colega fotógrafo que hace fotos que parecen sacadas de revistas, determiné que era el momento perfecto para empezar un proyecto que, lejos de imaginar que fuera a convertirse en lo que se ha llegado a convertir, al menos me permitiría estar al día con mi hermana y sacar algo de dinero para ir tirando, algo así como un currillo de verano.
El caso es que, en pleno verano como estábamos y en plena ola de calor, la idea de conseguir y mantener clientes en condiciones seguras tanto para ellos como para mí, se veía un poco difícil. Así que me fui a Ámsterdam con una persona a la que quiero mucho, y a la cual seguramente siempre querré por la forma clara que tiene de decirme las cosas cuando no soy capaz de verlas por mí mismo; y pasamos cinco días repletos de risas, reflexiones y conversaciones difíciles y profundas, que me dieron el empujón necesario para dejar los dos trabajos en los que me encontraba y buscar un sólo trabajo por las tardes, que me permitiera ganar el mismo dinero en la mitad de horas y, además, que me diera la posibilidad de hacer cosillas por mi cuenta en el tiempo que me quedaría libre.
Así que el primer paso en toda esta historia que hoy guardo con mucho cariño al recordarla, fue comprarme unas manoplas baratitas, 15 conos de los cuales aún conservo 12 porque los tres restantes se perderían en a saber qué parques, y una escalera de agilidad de estas que se venden en Amazon por dos duros, y empecé a dar entrenamientos personales en el parque del Retiro, al cual intento volver de vez en cuando por aquello de no olvidar de dónde venimos, y me inunda un gran orgullo al ver de nuevo todas esas explanadas en las que, no hace mucho, pasaba calor y terminaba lleno de barro con las pocas personas que por aquel momento ponían su confianza sobre mí.
Cabe decir que tuve la gran suerte de que mi primera alumna fuera de ese tipo de clientes que conviene tener en cualquier negocio, no sólo por la parte económica, sino por la comprensión, el respeto y la diversión que le ha aportado a mi camino desde entonces; y que sin lugar a dudas, ha sido también un factor decisivo en seguir intentándolo. Por lo que voy a aprovechar estas líneas para animaros a todos a ser ese tipo de clientes que respetan a camareros, entrenadores y a cualquier trabajador, y nos convierten el trabajo en una jornada divertida y ligera.
El caso es que una vez que volví de Ámsterdam, empecé a darle clase a esta alumna de la que hablaba en el párrafo anterior, y poco a poco fueron llegando otros de distintas zonas de Madrid, y pasé de ser el que daba clase en Retiro al que se movía por todo Madrid en transporte, con sus manoplas, sus 15 conos y su escalera metidos en la mochila; hasta el punto de que, justo unos días antes de abrir la academia, echando cuentas, llegué a contar más de 65 parques y zonas diferentes en las que había impartido entrenamientos. Cuando me quise dar cuenta, en cuestión de unos meses, había pasado por toda la ciudad, llegando hasta Galapagar, y me había recorridos todas las líneas de metro cargado con una mochilita.
Y, aunque mi intención no sea en absoluto la de resultar prepotente diciendo lo que voy a decir a continuación, he de reconocer que me siento la persona más afortunada, orgullosa y feliz del mundo cada vez que me permito el lujo de echar la vista atrás, sobre todo porque sé que ni siquiera mis más allegados, esperaban que, menos de dos años después, fuera a montar mi propia academia. Y con esto, de nuevo me gustaría resaltar que lo menos que pretendo es resultar repelente, pero sí os animo a que os permitáis celebrar y halagaros por vuestras propias victorias, por insignificantes que parezcan, porque llegado el momento, puede que quizás se conviertan en el mayor éxito de vuestras vidas.
El caso es que, para no enrollarme más de la cuenta, pasaron unos cuantos meses de frío, calor, viajes por la capital, un poquito de dolor de hombros y precios bastantes bajos con tal de seguir consiguiendo clientes, hasta el momento en el que, para ser sincero, creo que los astros se alinearon por completo en mi vida y tuve la oportunidad de solicitar el pago único o capitalización del paro y decidí emprender esta cuevita que me ha dado alguna que otra preocupación y seguramente lo siga haciendo, pero también me ha dado más alegrías que días tiene el calendario.
Y de nuevo, me gustaría dejar por aquí otro consejito de los míos, por si alguien llega a leerlo y le sirve para responderse a alguna de esas preguntas que a todos nos rondan cuando no sabemos si dar el paso o no: el dinero y la inversión son importantes y mentiría si dijera lo contrario. Obviamente no es lo mismo emprender con 80.000€ en la cuenta que hacerlo con 6.800€ como lo hice yo en su día, y si eres del primer grupo te vas a ahorrar muchos quebraderos de cabeza que te aplastarán más de un día y de dos; pero esto no quiere decir que no sea posible.
Es cierto que la intranquilidad de hacer cuentas y cálculos con un importe tan bajo cuando no tienes absolutamente nada más en lo que apoyarte puede producir pánico a tomar la iniciativa, pero eso no significa necesariamente que no estés haciendo lo correcto. Y puede ser incluso que fracases, que una vez empieces aparezca algún problema que no seas capaz de solucionar por falta de recursos, herramientas o conocimientos, pero al menos, el día de mañana, podrás decir que lo intentaste, que fracasaste y que todo se fue a la más absoluta mierda, pero que al menos no fuiste de los que se quedan sentados en el banquillo viendo como otros juegan el partido de sus vidas.
Y, para acabar, y volviendo a lo anterior: efectivamente en este mundo el dinero importa, pero a mi parecer, importan mucho más las ganas que le eches, el impulso de formarte con antelación en todos los sectores que intervienen en una empresa, la forma en que tengas de tratar a las personas a las que tengas que vender tu producto o servicio, lo claro que tengas el servicio que ofreces y a quién se lo ofreces, y la auto obligación de no escuchar a nadie en ocasiones, cuando ellos no son capaces de ver con éxito la idea que tú ya te has montado en la cabeza.
Dicho esto, echadle ganas, trabajo y tiempo, y que nadie nunca os diga cómo tenéis que enfocar vuestra vida laboral si lo que queréis vosotros es tiraros en caída libre, aún sabiendo que en el último momento, podéis daros la hostia de vuestras vidas. Con el esfuerzo suficiente, esa hostia se convertirá en un montón de recuerdos y anécdotas que, el día de mañana, contaréis con orgullo y satisfacción.
Carlos Khaibar