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¿Qué sentido tiene preocuparse por el resultado, si no somos capaces de disfrutar del camino que nos conduce a él?

Piénsalo…

Imagina cualquier meta, objetivo o reto que te hayas propuesto en los últimos años. ¿Acaso no perdemos demasiado tiempo pensando en un resultado que ni siquiera sabemos a ciencia cierta que vaya a darse con exactitud, o que probablemente, llegado el momento, es probable que suceda de la manera más inesperada y menos pensada?

Disfrutar del proceso como parte del éxito

Con esta entrada, lo que menos pretendemos es dar una imagen equivocada. Déjanos explicarte…

No somos expertos en la consecución de objetivos, ni mucho menos un equipo de gurús empresariales que pretenden darte unas pautas exactas o recetas mágicas a través de las cuales, si las sigues al pie de la letra, podrás obtener todo aquello que desees en un abrir y cerrar de ojos.

Sin embargo, tanto de manera personal como empresarial, nos hemos enfrentado a determinados retos que nos permiten hablar un poco, siempre desde nuestra propia experiencia, acerca del proceso que uno ha de seguir hasta alcanzar un objetivo determinado. Y si algo tenemos claro, y lo hemos comprobado en nuestras propias pieles, es que no sirve de nada luchar a contracorriente durante semanas, meses, incluso años por un objetivo concreto, si durante el camino no somos capaces de confeccionar recuerdos gratificantes que llevarnos a la tumba. Y creemos, además, que el resultado de ciertas guerras es mucho más gratificante si, en lugar de verlas como guerras en sí, somos capaces de darles un toque divertido y despreocupado que nos permita coger aire de vez en cuando y entender que, por duro que sea el trazado a seguir, siempre hay espacio y tiempo para coger aire, compartir unos minutos de felicidad con aquellas personas que se cruzan en nuestro camino y, sin lugar a dudas, la posibilidad de llegar a la meta con la satisfacción de decir «no sólo he conseguido el objetivo que me marqué, sino que además he aprendido de todas y cada una de las personas y situaciones que, de alguna u otra forma, han colaborado en este éxito». O, por el contrario, si fracasamos o cambiamos de objetivo a mitad de camino, al menos tener el consuelo de poder decir orgullosos: «no lo he logrado o finalmente ese objetivo no era lo que buscaba, pero me llevo lecciones que nunca olvidaré, y que me ayudarán a hacerlo mejor en las siguientes etapas de mi vida».

Con esto, lo que menos queremos es quitarle mérito o seriedad a la consecución de los objetivos de nadie, ni mucho menos. Pero sí sabemos la desesperación, frustración, e incluso desgaste que produce obsesionarse con el final o resultado, gastando un tiempo vital en darle vueltas en círculos cerrados a algo, casi siempre centrándonos en los problemas que surgen, en lugar de hacer un esfuerzo por relativizar aquello que sucede, con el fin de desviar nuestra atención a las posibles soluciones y, de paso, empezar a comprender que todo aquello que hoy nos parece el fin del mundo, muy probablemente ha sido, es y será una lección que nos ayudará a ser mil veces más competentes o resolutivos en un par de años.

Y señores, no somos gurús espirituales ni empresariales, y sabemos que algunos caminos están llenos de piedrecitas que se van colando en los zapatos de quienes los recorren; pero estamos seguros de que la solución ante esas piedrecitas no es quedarse mirándolas y maldiciendo al destino por permitir que aparecieran en el momento más inoportuno. pero quizás, si aprendemos a hacer malabares con ellas y de paso nos reímos un rato, habremos aprendido dos cosas: la primera, a hacer malabares con unas cuantas piedras; y la segunda, y aún más importante, que ninguna piedra será la culpable de torcer nuestros planes si tenemos la determinación de luchar hasta el final con un poco de gracia y sabiduría.

Pasen buen día, el tiempo corre y no estamos para gastarlo maldiciendo piedras.